Tuvimos el pasado lunes una jugosa y excelente entrevista con Walter Vargas (si queres escucharla podes bajarte el programa) y en ella hicimos mención a su obra como escritor así que decidimos poner en el blog uno de sus cuentos más lindo y emotivos, está extraído del libro "Del Diario Íntimo De Un Chico Rubio Y Otras Historias Futboleras" (Ediciones Al Arco, 2004)
DEL DlARlO INTIMO DE UN CHICO RUBlO
De Walter Vargas
EI día amaneció lluvioso. Me despertó el ruido de gruesas gotas cayendo sobre el techo de chapa. Oí a papá levantarse, encender el calentador y poner agua para el mate. Volví a dormirme. Soñé que Estudiantes ganaba, después soñé que perdía, después soñé que empataba, pero era como si hubiera perdido: los jugadores se iban de la cancha llorando. Los hinchas lloraban con ellos y yo lloraba con los hinchas. Me levanté de buen humor porque comprendí que había sido, apenas, una pesadilla. Papá no había ido al trabajo y eso me alegró. A mamá no. A mamá no la alegró para nada. La enfureció. Siempre el mismo, le dijo a papá, buscas cualquier excusa para quedarte leyendo historietas. Papá trato de explicarle que las casas no se construyen con buena voluntad, que cuando llueve no hay Cristo que te salve, la obra se para, mañana será otro día. Mamá dijo que eran puros pretextos, cosas de holgazán. Papá le dijo pensá lo que quieras, yo no soy mago, soy albañil. Mamá masculló no se que cosa. Creí entender que después del almuerzo se iba a visitar a no se cual hermana. Papá no dudo nada: estaba leyendo el álbum de oro de Patoruzú. Cuando lo termines, pasámelo, viejo. El viejo me guiñó un ojo. En eso llegó Felipe, mi hermano mayor. El otro, Osvaldo, no se donde andaba, seguro que con su mejor amigo, el lndio Salinas. Mi hermana, Clarita, estaba en la escuela. Jamás falta. Ni cuando llueve a cantaros y se embarra hasta la que te dije.
Almorzamos mamá, papá, Felipe y yo. Mamá hizo revoltijo de papa, huevo y zapallito. El revoltijo no me gusta, pero es preferible a la polenta, que me gusta menos que el revoltijo. Comí igual. Mamá volvió con el asunto de por que papá no fue a trabajar.
Siempre con la misma cantinela, vos, contestó papá. Manía le dijo, maldito el momento en que me case con un albañil. Yo estaba para otra cosa. Siempre con la misma cantinela, vos, insistió papá.
Felipe hizo te para los cuatro. Raro, muy raro. Felipe jamás hace té, ni para él, ni para nadie. Toma mate, nomás. Se nota que esta vez tenía ganas de tomarte. Hizo te, Felipe, para cuatro. Papá dudo que no, que no quería, que se iba a dormir la siesta.
Me voy a la esquina, le dije a mamá. Bueno, dijo mamá, veni dame un beso que me voy a casa de tu tía Negra.
Toqué timbre en el chalet donde vive el Mono. Es el único chalet del barrio. ¿Cómo será vivir en un chalet?
Salió la mamá del Mono y después salió el Mono. La mamá le dijo te me quedás por acá, nomás. Fuimos a jugar al campito de al lado. Hicimos un uno contra uno, arco chico, con una pelota chiquita, de plástico duro, difícil de llevar sobre el pasto mojado. El Mono es más grande que yo, yo soy más rápido. El Mono es más fuerte que yo, yo gambeteo mejor. Gané 7 a 5, casi siempre le gano. A veces me pregunto si no será que el Mono se deja ganar. Es tan bueno... Qué bueno es ese chico, el de los Frattini, ese chico no tiene maldad, dicen en el barrio.
Pero para mí que le gano porque juego mejor que él.
Siempre con la misma cantinela, vos, contestó papá. Manía le dijo, maldito el momento en que me case con un albañil. Yo estaba para otra cosa. Siempre con la misma cantinela, vos, insistió papá.
Felipe hizo te para los cuatro. Raro, muy raro. Felipe jamás hace té, ni para él, ni para nadie. Toma mate, nomás. Se nota que esta vez tenía ganas de tomarte. Hizo te, Felipe, para cuatro. Papá dudo que no, que no quería, que se iba a dormir la siesta.
Me voy a la esquina, le dije a mamá. Bueno, dijo mamá, veni dame un beso que me voy a casa de tu tía Negra.
Toqué timbre en el chalet donde vive el Mono. Es el único chalet del barrio. ¿Cómo será vivir en un chalet?
Salió la mamá del Mono y después salió el Mono. La mamá le dijo te me quedás por acá, nomás. Fuimos a jugar al campito de al lado. Hicimos un uno contra uno, arco chico, con una pelota chiquita, de plástico duro, difícil de llevar sobre el pasto mojado. El Mono es más grande que yo, yo soy más rápido. El Mono es más fuerte que yo, yo gambeteo mejor. Gané 7 a 5, casi siempre le gano. A veces me pregunto si no será que el Mono se deja ganar. Es tan bueno... Qué bueno es ese chico, el de los Frattini, ese chico no tiene maldad, dicen en el barrio.
Pero para mí que le gano porque juego mejor que él.
Cuando volvía casa, mamá no estaba, ni Felipe, ni Osvaldo, ni Clarita, que seguro se había quedado en lo de Susana Bánola. Papá recién se levantaba de la siesta. Ni bien me vio, me dijo: la radio no anda, se le gastaron las pilas.
Tuve ganas de llorar, pero me las aguanté. No lloré nada. Sabía que papá no tenía plata para comprar pilas nuevas.
¿Y si el partido lo escuchamos en la casa del padrino?
Papá me dijo que no, que el partido iba a terminar muy tarde, que no había que molestar al padrino y a los primos. Y hay mucho barro, agregó.
Me quedé pensativo, triste. Papá me dijo ahora te hago la leche y puso a calentar mate cocido. Cuando puso la taza sobre la mesa y un pedazo de pan, me dijo quedate tranquilo, Banana, el partido no te lo vas a perder.
Me gusta que papá me llame Banana. Cuando pasa eso lo siento más cerca, descubro que quiere confortarme y que una de sus maneras de confortarme es llamarme Banana, porque sabe que me gusta.
A eso de las ocho vamos a hervirlas pilas, prometió papá. Lo abracé y sentí en él una mezcla de incomodidad y emoción. Después me metí en el cuarto de dormir a leer revistas viejas. Me gusta el olor de las revistas viejas. Y me encanta mirar fotos de futbolistas de otros tiempos, tiempos en los que los futbolistas parecían muy, muy viejos, había muchos con bigotes, había muchos pelados, usaban pantalones largos, y casi todos los arqueros usaban gorra.
Le pregunté la hora a papá. Las ocho, me dijo, mientras sacaba las pilas de la radio, las metía en una lata y ponía la lata arriba del brasero.
Al rato llegó mi hermana y preguntó qué hay de comer. Papá calló. Sacó la lata del brasero y en el brasero puso una olla llena de agua. Después agrego un caldo, papás cortadas en cuadraditos y medio paquete de municiones.
Papá secó las pilas con un trapo viejo y las colocó en la radio.
Se va a escuchar, pero muy bajito, vas a tener que ponerte la radio en el oído, Banana, me dijo papá.
Yo le pregunté: ¿Y vos papá? ¿Vos no vas a poder escucharlo?
No importa, vos me contás, Banana, me dijo papá mientras revolvía la olla y Clarita ponía tres platos hondos sobre la mesa.
Otra vez estuve a punto de llorar y otra vez me las aguanté.
Pelota en movimiento, empezó el partido, gritó Muñoz.
Le avisé a papá que había empezado y enseguida le dije gol del Pincha, viejo, Conigliaro de cabeza.
Falta mucho, me dijo papá, Platense tiene un buen equipo.
Papá tenía razón: al ratito Platense ganaba dos a uno. Y cuando llegó Felipe y se sentó a tomar la sopa, les conté a los dos que se había lesionado Barale.
Se desarma la defensa, opinó Papá. ¿Barale es el cinco?, preguntó Felipe. No, no es el cinco, Barale juega abajo, contesté, ¿no es cierto, papá? Papá hizo que sí con la cabeza. A Felipe no le interesa mucho el fútbol. Es de Estudiantes porque sí, por tradición. A Osvaldo sí que le gusta, pero Osvaldo no estaba, seguro que se había quedado en la casa del Indio Salinas. Clarita no entiende ni jota. Clarita es hincha de Gimnasia. Y se fue a acostar temprano: tenía miedo de quedarse dormida y perder un día de clase.
Tuve ganas de llorar, pero me las aguanté. No lloré nada. Sabía que papá no tenía plata para comprar pilas nuevas.
¿Y si el partido lo escuchamos en la casa del padrino?
Papá me dijo que no, que el partido iba a terminar muy tarde, que no había que molestar al padrino y a los primos. Y hay mucho barro, agregó.
Me quedé pensativo, triste. Papá me dijo ahora te hago la leche y puso a calentar mate cocido. Cuando puso la taza sobre la mesa y un pedazo de pan, me dijo quedate tranquilo, Banana, el partido no te lo vas a perder.
Me gusta que papá me llame Banana. Cuando pasa eso lo siento más cerca, descubro que quiere confortarme y que una de sus maneras de confortarme es llamarme Banana, porque sabe que me gusta.
A eso de las ocho vamos a hervirlas pilas, prometió papá. Lo abracé y sentí en él una mezcla de incomodidad y emoción. Después me metí en el cuarto de dormir a leer revistas viejas. Me gusta el olor de las revistas viejas. Y me encanta mirar fotos de futbolistas de otros tiempos, tiempos en los que los futbolistas parecían muy, muy viejos, había muchos con bigotes, había muchos pelados, usaban pantalones largos, y casi todos los arqueros usaban gorra.
Le pregunté la hora a papá. Las ocho, me dijo, mientras sacaba las pilas de la radio, las metía en una lata y ponía la lata arriba del brasero.
Al rato llegó mi hermana y preguntó qué hay de comer. Papá calló. Sacó la lata del brasero y en el brasero puso una olla llena de agua. Después agrego un caldo, papás cortadas en cuadraditos y medio paquete de municiones.
Papá secó las pilas con un trapo viejo y las colocó en la radio.
Se va a escuchar, pero muy bajito, vas a tener que ponerte la radio en el oído, Banana, me dijo papá.
Yo le pregunté: ¿Y vos papá? ¿Vos no vas a poder escucharlo?
No importa, vos me contás, Banana, me dijo papá mientras revolvía la olla y Clarita ponía tres platos hondos sobre la mesa.
Otra vez estuve a punto de llorar y otra vez me las aguanté.
Pelota en movimiento, empezó el partido, gritó Muñoz.
Le avisé a papá que había empezado y enseguida le dije gol del Pincha, viejo, Conigliaro de cabeza.
Falta mucho, me dijo papá, Platense tiene un buen equipo.
Papá tenía razón: al ratito Platense ganaba dos a uno. Y cuando llegó Felipe y se sentó a tomar la sopa, les conté a los dos que se había lesionado Barale.
Se desarma la defensa, opinó Papá. ¿Barale es el cinco?, preguntó Felipe. No, no es el cinco, Barale juega abajo, contesté, ¿no es cierto, papá? Papá hizo que sí con la cabeza. A Felipe no le interesa mucho el fútbol. Es de Estudiantes porque sí, por tradición. A Osvaldo sí que le gusta, pero Osvaldo no estaba, seguro que se había quedado en la casa del Indio Salinas. Clarita no entiende ni jota. Clarita es hincha de Gimnasia. Y se fue a acostar temprano: tenía miedo de quedarse dormida y perder un día de clase.
Cuando arrancó el segundo tiempo nos fuimos todos al cuarto de dormir. Hacía mucho frío, sacamos todos los sacos viejos del ropero y los pusimos encima de las frazadas. Papá prendió la lámpara y la colgó en un clavo de la pared, arriba de la cama grande. Me metí en mi cama empujando un poco a Clarita. No se despertó. Clarita sí que tiene el sueño profundo, comenta, a veces, mamá.
En la otra cama Felipe se tapó la cabeza y ahí nomás se durmió.
Platense metió el tercero, le dije a papá, al borde del llanto.
Falta mucho, dijo papá. Apagó la lámpara y prendió un cigarrillo. Me gusta el olor de los fósforos Ranchera. Me gusta ver, en la oscuridad, el humo que desprenden los cigarrillos que fuma papá. Papá fuma Clifton.
¿A qué hora viene Mami, Pá?
Papá no contestó. Después me preguntó por el partido:
¿Y, Banana? ¿No mejora la cosa?
No, viejo, le respondí, Muñoz dijo que Estudiantes se salvó providencialmente. Dos veces se salvó. El Flaco Poletti es figura.
Acomodé mi cabeza en la almohada, mirando el techo, los dibujos que siempre hago cuando miro el techo en la oscuridad. De reojo veía a papá, las chispitas de su cigarrillo en cada pitada.
¡Papá, papá! ¡Gol del Pincha, Verón, de palomita!
iPapá, Papá! ¡Empatamos! Lo hizo Bilardo.
Pincha corazón, Banana, me dijo papá, y prendió otro cigarrillo. Pensaba qué estaría pensando papá. ¿Estaba preocupado, enojado, o qué? ¿Y todo eso por el partido?
¡Papá, Papá! ¡Penal para el Pincha!
Se lo vamos a ganar a lo macho, pronosticó el viejo. Y ese pronóstico me tranquilizó.
Le conté que Muñoz decía que había cabildeos entre los jugadores de Estudiantes, parecía que nadie quería patear el penal. Que patee el tordo, dijo papá, como si él decidiera desde ahí, sentado en la cama grande, fumando en la oscuridad. El tordo es Madero, el doctor Raúl Madero.
¡Gol, papá! ¡Estamos cuatro a tres! Lo pateó Madero.
¡Pincha corazón! Pincha corazón, dijo papá, y apagó el cigarrillo.
Le conté que Muñoz decía que faltaban quince.
Labruna es un zorro y Platense tiene un buen equipo, comentó papá mientras prendía otro cigarrillo.
Papá, ¿vos sabés a qué hora vuelve Mami?
Papá me preguntó cómo íbamos, si estábamos aguantando bien, me preguntó qué decía Muñoz.
Apoyé la radio más fuerte sobre el oído izquierdo (cambiaba de oído a cada rato: se me cansaban) y le dije que Muñoz decía que Platense estaba dispuesto a vender cara su derrota y que Aguirre Suárez había salvado la valla de Estudiantes en un esfuerzo supremo.
Papá admira la valentía de Aguirre Suárez. Tucumano viejo y peludo, dijo, pero sin euforia. Quise mirarle la cara y se la vi gracias a una chispita del cigarrillo. El viejo estaba preocupado.
Le conté a papá que estaban en el descuento, que un tiro de Platense había pasado rozando el vertical derecho, había dicho Muñoz.
No nos empatan más, te lo firmo,.dijo papá, y como papá dijo te lo firmo, di por hecho que no nos empataban más, y el corazón dejó de retumbar dentro de mi pecho, y por un momento sentí que no tenía fuerzas, que me hundía sobre la cama, pero a lo mejor era el elástico que estaba viejo y desvencijado.
¡Ganamos, viejo! ¡Pasamos a la final! ¡Pincha corazón! Pincha corazón, Banana.
¿Papá?, el domingo es el Día del Niño, ¿no?, le pregunté a papá, pero yo sabía que sí, que el domingo es el Día del Niño. Papá me dijo que sí, y yo le dije que no se preocupara por el regalo, porque el regalo me lo van a hacer los jugadores de Estudiantes, que van a ganar la final y seremos campeones por primera vez en la historia.
Papá apagó el cigarrillo, me dijo Pincha corazón, hijo, hasta mañana.
Yo apagué la radio y le dije Pincha corazón, viejo, hasta mañana.
Walter Vargas: nació en La Plata en 1958. Es periodista, escritor y psicólogo social. Ha publicado los poemarios Regreso del llanto (La Península, 1988) y Perchas Flojas (La Viñeta, 1991). Su relato La Nueva Soledad fue seleccionado en la antología Diez relatos cinematográficos (Biblos, 1998) y participó con su ensayo Fútbol: opiniones y merodeos, en la compilación deportiva Jugados (Eudeba, 1999), dirigida por Víctor Hugo Morales. Trabajó en Clarín, Página/12 y El Cronista, entre otros medios, además de ser comentarista de Víctor Hugo Morales en las transmisiones deportivas de Radio Continental. Es columnista del diario deportivo Olé, La Gaceta de Tucumán y la agencia de noticias Télam y periodista de boxeo de la señal de cable ESPN. Fundó la revista de psicología Campo Grupal y fue docente en el Círculo de la Prensa y la escuela del Círculo de Periodistas Deportivos. Es coordinador de la Tecnicatura Superior de Periodismo Deportivo del Instituto Superior Lo Grupal, Hoy, de City Bell. Con el cuento Uno menos, participó el libro De Puntín, el primero de Al Arco. Escribió Del Diario Íntimo De Un Chico Rubio y Otras Historias Futboleras (Al Arco, 2004) y Fútbol Delivery (Al Arco, 2007).
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